Railway man vs Un puente sobre el río Kwai (atención: spoilers)

Acabo de ver The Railway man, de un director con apellido impronunciable y con grandes interpretaciones de Colin Firth y Nicole Kidman. Desde que vi el tráiler, pensé que durante toda la película me acordaría de la epopeya protagonizada por Sir Alec Guinness y que, puestos a comparar, con toda seguridad yo daría la victoria al clásico de 1957. Sin embargo, no ha sido así o, mejor dicho, mientras escribo estas líneas todavía no sé con cuál de los dos largometrajes quedarme.

The Railway man podría ser, perfectamente, la sequela de Un puente sobre el río Kwai. Una continuación no deseada en absoluto por el guionista y director de esta última, pues se trata de dos películas muy distintas en cuanto a la factura, los medios y el mensaje final. Un puente es una superproducción hecha para entretener y para honrar la valentía y resistencia de aquellos soldados de Su Majestad que supieron seguir siéndolo en medio de una selva que se los comía vivos. Es también –y sobre todo- una muestra de gratitud hacia los oficiales británicos, hacia su obediencia y hacia su flema que, en este caso, no era más que la paciencia ante el dolor: saber sufrir bebiéndose las lágrimas, para que los soldados a su mando no se desmoronaran completamente. En este sentido, Un puente es una película que ensalza las virtudes castrenses.

The Railway man también es un emotivo reconocimiento a los soldados ingleses prisioneros de los japoneses en el Sudeste Asiático, durante la II Guerra Mundial, pero la óptica es la del individuo aislado, solo ante sus torturadores y que, finalmente, se derrumba y confiesa todo lo que los japoneses querían saber, sin ni siquiera tener el consuelo de que le creyeran. Por el contrario, en Un puente, Alec Guinness sale de su jaula de bambú incólume, con toda su serenidad aparentemente intacta y con ganas de seguir liderando su unidad para que sus hombres pudieran llegar al final de la contienda como parte de un regimiento que seguramente tenía siglos de historia.

Un puente es una película que puede ver un chaval de trece años sin traumarse y al que no se le podría culpar si, al terminar, quisiera meterse a mercenario Gurka. Sin embargo, tras ver The Railway man, el espectador no quiere ponerse a silbar una bonita marcha militar, sino pronunciar con rabia las mismas palabras que gritó el fiscal argentino encargado de perseguir los crímenes de la dictadura de Videla: ¡Nunca más!

Para poner de manifiesto estos dos puntos de vista tan diferentes -el belicista moderado y el antibelicista radical-, las dos cintas utilizan un elemento común: el enfrentamiento personal entre el oficial inglés prisionero y el oficial japonés torturador. En Un puente, los dos oficiales enfrentados son cada uno jefes de su unidad y sienten, sobre todo lo demás, el peso de esa responsabilidad y del deshonor que comportaría fracasar en ella. En The Railway man no existe el honor más que para denostarlo, y el protagonista no lucha por él. Lucha por amor a sus compañeros y por su afán de sobrevivir… y de vengarse. En ambas películas, los británicos torturados (Guinness y Firth) tienen secuelas psíquicas graves, pero en The Railway man, dichas sequelas son parte esencial del argumento, mientras que en Un puente, es sólo al final de la película, cuando el comandante inglés parece anteponer la gloria de haber construido SU puente a las necesidades de la guerra, que el espectador advierte cómo el sol y las palizas también le han hecho perder un tornillo… o varios.

En ambas películas, los oficiales japoneses aparecen como unos cobardes indeseables, pero mientras que, en The Railway man, el guionista permite que el oficial japonés se redima y acabe siendo un gran amigo del prisionero inglés, en Un puente, el comandante nipón del campamento de prisioneros se ve vencido por la testarudez y la resistencia al dolor y a las humillaciones de Alec Guinness. Mientras que, en The Railway man, el japonés logra admitir que ha sido un criminal de guerra y un mentiroso, en Un puente, el comandante japonés se ve humillado por el sentido del honor y de la dignidad humana de los ingleses y decide abrirse el vientre… sin ni siquiera llegar a tener el valor de hacerlo.

En lo que las dos películas son radicalmente distintas es en el papel de la mujer. En Un puente, la mujer es solamente el descanso del guerrero o un guerrero más. En The Railway man la mujer es omnipresente y la clave de todo el desenlace, aunque ella apenas se dé cuenta. Esta película se nos puede antojar más realista, al presentar al varón como débil y vulnerable, arrastrando durante décadas las pesadillas del pasado, pero es realmente en la presencia de la esposa, que no se resigna a la infelicidad de su marido, donde vemos que The Railway man es una cinta más dramática, más creíble. Nicole Kidman contrae matrimonio enamorada de un hombre sin saber que se está uniendo a un héroe que no es capaz de admitir que lo es y que duerme pensando en los golpes brutales que le dieron durante meses. Pero ella obliga a su marido a mirar de frente a sus monstruos y, de esa manera, consigue, no solamente sacar del agujero a un hombre, sino a dos. El perdón, la redención y la reconciliación son la parte más tierna y más especial de la película, pero no podemos saborearla, porque ésta llega a un final quizá algo brusco y por eso nos quedamos con una sensación agridulce ante la justificación que el oficial inglés ofrece para justificar el perdón que otorga a su archienemigo: “En algún momento, el odio tiene que cesar”.

Se podría plantear un oportuno contrapunto crítico a las dos películas, en las que los británicos son auténticos santos, canonizados en vida, frente a los demonios japoneses, que lo eran, sí, pero el Imperio Británico en Asia no se construyó respetando siempre los derechos humanos, aunque estos todavía no se hubieran formulado. Es sorprendente que, en nuestra época de “meaculpismo europeo”, The Railway man no haya aprovechado para repartir un poco de estopa a sus abuelos.

Y por último, se deben recomendar también dos películas de prisioneros en Indochina, cuya comparación con The Railway man y con Un puente sería muy interesante: El cazador y Los gritos del silencio. En la primera, la psicosis de los prisioneros es irreparable y contagia a toda la familia, una vez regresan a casa los veteranos. En la segunda, aparentemente, no existe el trauma, porque el prisionero camboyano debe de estar más acostumbrado a sufrir que los soldados estadounidenses. En esta segunda, sin embargo, también podemos ver cómo el perdón, el auténtico perdón –no el perdón sin olvido- recupera la paz interior y permite vivir sin angustia durante el resto de la vida.

 
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