Pasado y presente del mayo francés del 68

Por aquellos días aparecieron ya análisis y contrapuntos, algunos escritos por personas relevantes en el pensamiento y la sociología, como Edgar Morin, Paul Ricoeur, Raymond Aron o Alain Touraine. Jóvenes protagonistas de la revuelta ocupan ahora puestos de responsabilidad en la vida universitaria o política.

Al margen de valoraciones de fondo, las noticias que llegaban de París influyeron mucho en mi generación. Venían en parte a completar sucesos de las universidades norteamericanas, en el contexto de la oposición a la guerra de Vietnam. Antes que los eslóganes de La Sorbona, impactaron mucho los de Berkeley, como aquel grito de guerra lanzado por un líder estudiantil, en la génesis de movimiento contracultural que exaltaba la juventud frente a la vejez del sistema, aunque no faltase la inspiración de seniors como Herbert Marcuse.

Mario Savio, de origen italiano, se hizo famoso con su “distrust of over thirty”, desconfiad de los de más de treinta: eran momentos de crisis para quienes andábamos por esa edad. En tiempos casi gramscianos, tenían fuerza aquellas batallas en Estados Unidos, repetidas hoy en el contexto de la presidencia de Donald Trump: la sumisión a los intereses del gran capital o de la industria bélica, la plenitud de los derechos de las minorías (entonces más la gente de color que la mujer), la exaltación del individuo frente a las coerciones institucionales.

Las transformaciones culturales no se producen de pronto. Pero el mayo francés acertó con sus eslóganes a resumir lo que estaba pasando... y lo que pasaría. Todavía hoy escuchamos o repetimos sin rubor algunos, como “la imaginación al poder”; “sed realistas: pedid lo imposible”; “prohibido prohibir”; “disfruta sin límites”; “estudiantes, obreros, un único combate”. Reflejaban a mi entender un rasgo de la cultura francesa: su peculiar capacidad para explicar con sencillez y precisión asuntos quizá complejos, un poco en la línea de la famosa colección Que sais-je de PUF (Presses universitaires de France).

Están presentes aún hoy en la agitación estudiantil francesa contra la reforma universitaria de Macron, especialmente respecto del acceso a la enseñanza superior. Pero muchos argumentos del 68 se observan en la cultura política de los populismos de Europa. Lo describe bien Josemaría Carabante en el libro ágil –completo en su brevedad- que acaba de publicar en Rialp sobre Mayo del 68. Claves filosóficas de una revuelta posmoderna: “Se ha perfilado una nueva cultura política contestataria, de estilo populista, que blande las consignas libertarias de entonces y que, al hastío de la juventud, añade ahora el descontento por las penurias y desigualdades provocadas por el último capitalismo”. Coincide en parte con el diagnóstico del clásico Edgard Morin en una reciente entrevista de Le Monde: “Hemos entrado en un período históricamente regresivo, con el desarrollo de estos movimientos que llamamos ‘populistas’ y que son neoconservadores y neoautoritarios”.

El profesor Carabante consigue dibujar en poco menos de cien páginas un mapamundi sintético de las revueltas inconformistas de los sesenta, entre las que se incluyen manifestaciones del movimiento hippy, con sus psicodramas estético-musicales de Woodstock. Pero más importante que el recuerdo –en su caso sin nostalgia, pues nació en 1979, aunque use ese término en el primer capítulo- es el análisis de los valores que, en manifestaciones diversas, perviven en el actual momento cultural, dentro de tantas incertidumbres. Sus conclusiones, desgranadas a lo largo del libro, se basan en el estudio de los pensadores más influyentes del siglo XX y en los más importantes textos filosóficos y sociológicos publicados ya en este siglo sobre la última revuelta del anterior: las referencias bibliográficas permiten la consulta a quien desee profundizar. Hicieron posible la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del comunismo, tras la fallida primavera de Praga el propio 68.

El Mayo francés fue un fenómeno más cultural que político. De ahí el interés del engarce con el posterior pensamiento posmoderno, bien resumido por Carabante. Aunque no tuviera carga política en sentido estricto, sin la revuelta no habría sido posible quizá el futuro liberal-socialismo, con su momento de esplendor en torno al cambio de milenio, uno de los orígenes de la crisis de identidad de las izquierdas. Desde las viejas barricadas de París se comprende mejor la insumisión de la puerta del Sol, ahora demasiado estructurada dentro del sistema, a pesar de la crítica ritual a la casta. Prevalece el individualismo frente a la revolución social. Tiene razón Carabante: “la mezcolanza freudiana y ácrata de Marcuse se antoja insólitamente vigente” (aunque el profesor de Berkeley está hoy justamente olvidado).

Pero tal vez sea preciso dar más vueltas al fenómeno de la fagocitación mercantil de los deseos e insatisfacciones, que aportó nuevas alas a las grandes multinacionales y al capitalismo global. Como también al problema más reciente que, desde la magnificación de la diferencia, está construyendo un pensamiento único dictatorial, agudizado en las Universidades norteamericanas. La exaltación del individuo provoca cierta cultura del vacío, que pide a gritos una reconstrucción esperanzada, si no entiendo mal a Carabante.

 
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