El orden mundial no puede construirse desde el cinismo

Bienvenida sea la línea directa de Xi Jinping con Volodímir Zelenski, que acaba de abrir el líder chino. Esperemos contra toda esperanza que contribuya al gran deseo de buena parte de la humanidad de que cese la sangría de vidas humanas y destrucción de años de trabajo. 

La llamada se produce por vez primera desde la invasión rusa, aunque China publicó su plan de paz con ocasión del aniversario del comienzo de la guerra. No tuvo mucha aceptación, porque las buenas palabras se contradecían con los hechos, lógicos por otra parte en el principal socio comercial de Rusia. En el fondo no era un plan de paz, sino una petición de alto el fuego entre dos contendientes, como si no hubiera un agresor y una víctima y, por tanto, sin condenar la invasión rusa a Ucrania. 

La condescendencia hacia Moscú se acompañaba de una dura crítica a Estados Unidos, acusados de reabrir la guerra fría con las sanciones económicas a Rusia y el apoyo militar a Ucrania. Nada decía para contrarrestar la difusión de rumores difundidos desde China sobre programas de armas biológicas. La letra esboza un distanciamiento de Rusia, pero la práctica refleja un incremento del comercio, con decisiones pragmáticas favorables a Pekín, que mitigan también la eficacia de las sanciones establecidas por occidente. Aparte de consolidar su seguridad interna y reiterar la superioridad política de su sistema de gobierno, China pugna por suceder a Estados Unidos en el papel pacificador que le configuraría como primera potencia mundial, en continuidad con el aparente éxito conseguido recientemente en Oriente Medio.

Además, el embajador chino en París acaba de protagonizar un gran conflicto diplomático tras poner en entredicho, durante una entrevista en la cadena de televisión LCI (La Chaîne Info), la soberanía de los estados surgidos tras la disolución de la URSS, con referencia expresa a Crimea. Horas después, el gobierno chino se veía obligado a emitir un comunicado oficial que desautorizaba a su embajador, y confirmaba el reconocimiento genérico de las fronteras de las antiguas repúblicas soviéticas tanto en Asia central como en los países bálticos, pero sin mencionar a Crimea ni a Ucrania (Pekín no ha reconocido formalmente  la ocupación rusa de 2014).

Coincidía históricamente con la denuncia de Moscú contra Washington ante el consejo de seguridad de la ONU por estar violando, a su entender, los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas… Rusia asumió en abril la presidencia rotatoria de ese consejo, y su ministro de exteriores, Serguéi Lavrov, convocó una reunión especial en defensa de la Carta y del multilateralismo. La ONU estaría sufriendo una profunda crisis, y serían responsables los países de occidente y en particular Estados Unidos. “Nada más lejos de la verdad, es cínico”, denunció el embajador europeo, Olof Skoog. En la sesión, el secretario general, Antonio Guterres, condenó sin ambages la invasión de Ucrania como violación del derecho internacional y la Carta de la ONU.

Estas escaramuzas diplomáticas invitan a insistir en la importancia de la veracidad para la concordia democrática y la paz mundial, a pesar de los serios embates que sufre en tiempos de tanta guerra también cultural, del hiperprotagonismo de las redes y plataformas sociales, y de la aceleración de las decisiones que  afectan a todos. La experiencia ya centenaria de gobiernos marxistas, con su particular y falso concepto de verdad, se perpetúa hoy con el evidente cinismo de los líderes rusos y chinos.

Su énfasis en el multilateralismo oculta el rechazo de la universalidad de los derechos humanos, francamente en peligro hoy. Ante la tesis de que "en el mundo, países diferentes tienen concepciones diferentes sobre el problema de los derechos del hombre", Occidente no puede responder sólo con sanciones económicas, reverso del antiguo principio commerce d'abord.  Los más idealistas pensaban sinceramente que la apertura al comercio con occidente, provocaría también  que las fronteras se abriesen a las ideas. En realidad, no hay indicios de que esté siendo el camino para el progreso de los derechos humanos. Muy al contrario. Basta pensar en la terrible represión de las libertades en Hong Kong.

 
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