Manos temblorosas

Pongo un pie en Madrid y me cruzo con Pizarro. Camina con paso ligero hacia el Teatro del Canal, donde se está entregando el premio "FAES de la libertad" al Rey don Juan Carlos. Va hablando por el móvil y esbozando una leve sonrisa que a ratos vuela a carcajada. No se lo pregunto, pero lo sospecho. Yo creo que su interlocutor le está leyendo el discurso que dará José María Aznar unos minutos después. O bien le está relatando el amasijo metálico que se le entregará al monarca como premio, pero no lo creo. Su cara está entre Pinto y Valdemoro. Entre la sorpresa y la satisfacción. La misma que lucieron, poco después, destacados miembros y ex cargos del Partido Popular que asistieron al acto.

No es que el discurso de Aznar fuera especialmente entretenido. Durante su lectura he cabeceado media docena de veces. En una de las cabezadas, el sopor ha sido tal, que he rodado por el suelo de la habitación hasta dar con mis huesos contra la mesilla de noche. Al levantarme y retomar la lectura, me ha sobrevenido un profundo bostezo que se ha ido alargando y alargando, hasta convertirse en un en tirón permanente, que me ha dejado boquiabierto durante diez larguísimos minutos, en los cuales han aterrizado en mi garganta varias motas de polvo, la mitad de los insectos de la ciudad, y un par de objetos inanimados no identificados. Con la boca al fin cerrada he retomado la lectura. Mis sospechas confirmadas: un tostón. Pero un tostón importante para el momento político que atravesamos.

Parece que el gran interés del acto no se encuentra tampoco en el diseño del premio. Es difícil premiar a un monarca con un objeto más informe, más feo y más difícil de agarrar. La organización sorprendió a los presentes con un alambre, probablemente carísimo, que en ningún momento recuerda a la "libertad" que protagoniza el galardón, sino que sugiere más bien "cautiverio". La cara de don Juan Carlos sosteniendo la ilustre alambrada es todo un poema. Quizá la misma expresión que pondría si le regalaran un ladrillo pintado del muro de Berlín, una pelota de plomo, o un trozo de neumático. Por tanto, descarto también que la gente acudiera al acto por contemplar de cerca la dichosa escultura, en el supuesto de que quepa alguna dicha y de que la alambrada pueda ser considerada una escultura. Sí, ya lo sé: no tengo ni idea de arte contemporáneo.

El verdadero atractivo del discurso se encuentra en las circunstancias políticas que rodean al acto. Una vez más, Aznar ha acaparado todo el protagonismo, haciendo alarde de la fuerza y claridad de criterios que le impulsaron hasta La Moncloa. Quizá la misma fuerza y claridad de criterios que le expulsaron de ella. Escuchando su discurso estaba el Rey, Esperanza Aguirre, Acebes, Álvarez Cascos, el mencionado Manuel Pizarro y un montón de dirigentes del viejo y el nuevo PP. Todos menos Rajoy, que se encontraba en otros menesteres. El problema es que frecuentemente se encuentra en otros menesteres. Tal vez viva en ellos, para lo bueno y para lo malo.

Los discursos fueron bastante descafeinados. Cuentan las paredes del recinto que lo más interesante se produjo en el corritos de entrada y salida al acto. Recaditos, miraditas, alguna que otra puñalada y un sinfín de mensajes implícitos en cada gesto. Lo de siempre. Pero la vida política de la derecha española pasaba ayer por la entrega al Rey del premio de FAES y Rajoy no estaba allí. No es que no estuviera allí presente, que quizá no debía, sino que sencillamente no estaba ni física, ni espiritualmente. Ni siquiera en estado gaseoso.

En plena marejada de leyes sectarias que enfrentan irresponsablemente a media España con la otra media, con todo un país sufriendo el Club de la Comedia de La Moncloa, con el discutible silencio de algunas de las instituciones y poderes que podrían ayudar a corregir, al menos, las desviaciones más peligrosas, y con buena parte de la oposición intentando llegar al poder de puntillas y sin tener "nada que comentar" sobre muchas de las cosas que de verdad preocupan a los ciudadanos, llega Aznar y saca de su chistera a Montesquieu, para ver cómo respira el personal. Entre bostezo y bostezo, nos sale con las "manos temblorosas", las leyes importantes y el sentido de la responsabilidad de los gobernantes. Para que lo interprete el que quiera. O más bien, para que lo interprete el que haya logrado llegar despierto hasta ese punto del discurso.

 
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