El calentamiento global (de los españoles)

Google, que en el fondo es un analfabeto con suerte, no se aclara sobre la autoría de la frase “no hay mal que cien años dure”. Ni tampoco sobre su apunte menos poético y más popular, “ni cuerpo que lo resista”. He estado buscando al embustero del autor para pedirle explicaciones, en el hipotético caso de que esté vivo. Pero no ha habido suerte. La mayoría de las fuentes consultadas apuntan al anonimato. Una pena. Porque hay males, y malos, que duran mucho más de cien años. Traidores, asesinos, cínicos y delincuentes los ha habido siempre. La estupidez sigue siendo el mal más grande y más prolongado en el tiempo. El mal gusto también ocupa uno de los primeros puestos en la lista de males. Si fuera un ranking local, a la estupidez y al mal gusto habría que añadir el mal carácter, inherente a la condición de español. El prototipo de español está más próximo a Pedro Munitis que a Andrés Iniesta, pese a que, por otra parte, la españolidad de ambos sea algo indiscutible, aunque le moleste a Laporta.

No pocos –sino poquísimos- sociólogos han dedicado una parte importante de sus vidas a intentar comprender la causa del mal carácter de los españoles. Se ha hablado del tiempo, de la genética, de la dieta, de la historia... Ninguna ha resultado convincente. Por mi parte, lo que sí he podido constatar es que las crisis económicas son un claro agravante de esta circunstancia. Desde el empleado de Correos que lanzó, maltrató y rompió mi sobre ayer, hasta la chica que después de empotrar torpemente su coche contra una furgoneta comenzó a insultar al ocupante de la misma, llevo varias semanas observando que este año la primavera ha llegado a las calles mucho antes de lo previsto. No es que hayan brotado flores de las aceras o que ya canten los pajaritos en los parques. Pero es primavera –la misma que la sangre altera- en el corazón y la cabeza de los españoles. La crisis ha caldeado y enrarecido el ambiente como si estuviéramos empezando la estación de las flores.

A media tarde del pasado lunes la temperatura media de los españoles se había elevado entre tres y cuatro grados con respecto al día 1 de septiembre. Se calcula que cada despido, cada negocio cerrado y cada robo a la desesperada, consigue elevar medio grado esa temperatura. Sin embargo, la aparición en los medios del ministro de Economía diciendo que su Gobierno nunca ha negado la crisis económica, disparó el ascenso climático, provocando un espectacular calentamiento global que se palpa en las calles. No se descarta que los “ecoalarmistas” preparen un nuevo documental. Me cuentan que en lugar de los dibujos animados de los ositos ahogándose -realizados por ordenador-, están meditando incluir en su nueva película a dos o tres españoles en idéntica situación: o sea, con el agua al cuello. El casting para estas escenas será multitudinario. Va a acudir hasta Fluvi, la mascota de la Expo de Zaragoza, que atraviesa sus peores horas. No todo van a ser sonrisas y subvenciones, Fluvi. Bienvenido –o bienvenida- a la vida real.

El calentamiento global de los españoles se dispara estos días por cualquier circunstancia. La gente está de mal humor. Se acabó la prosperidad y está sociedad tan encantadora e idílica que nos han obligado a ser se revuelve contra su mala suerte. Como se nos vende en todas partes que lo importante del futuro es la felicidad material, tangible e inmediata, la idiocia mental que nos invade impide que podamos admitir la más mínima contrariedad. Vivimos en la España del triunfo rápido, de la solidaridad de boquilla y la insolidaridad nacionalista, del slogan fácil, de la frivolidad extrema, del relativismo total, del partidismo borreguil, de la feliz corrupción económica, intelectual y moral. Vivimos en esa España donde la libertad es sólo un slogan, donde la propaganda política lo es casi todo. Es éste un país virtual, en el que los ciudadanos disfrutan viviendo en un mundo de rosas ilusorio, y en el que el fracaso no tiene lugar o no puede tenerlo jamás. Pero el fracaso, la contrariedad y las crisis no admiten exclusiones, y se presentan con especial descaro en aquellos lugares donde se les prohíbe su presencia. Y hacen más daño aún.

Afortunadamente, todo lo trágico tiene una parte cómica. Solbes se ha convertido estos días en la cara simpática de la noticia. “El gobierno nunca ha negado la crisis” es sin duda el mejor de una larga colección de chistes de su propia cosecha. Es cierto que hace tiempo que perdimos la posibilidad de que resultara un buen gobernante, pero nadie podrá discutirme que a cambio hemos ganado a un gran humorista. Pronto estará en condiciones de presentar algún espacio de humor en La Sexta. Y si le hace falta público para el plató, no se preocupe. Seguro que en la oposición encuentra varios candidatos dispuestos a reírle todas las gracias. Mire por dónde se va ahorrar las risas enlatadas, que quedan fatal.

 
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