¡Qué descansada vida! – Páginas antisentimentales – Un journal conservador

EL MAL DEL GABINETE. ‘Estoy convencida de que la mayor parte de nuestros males nos vienen de tener el culo pegado a la silla’, afirma, siempre desenvuelta, Madame de Sévigné. Según Pascal, la infelicidad de los hombres nos viene de no saber quedarnos quietos en un cuarto. Como solución intermedia, André Gide escribía de pie.

ENCUENTROS EN LA CUESTA ABAJO. Es un escritor sin talento pero con encanto, en una cuesta abajo muy estética. Es posible que pensara que ser escritor implica levantarse a las doce de la mañana y esperar en contrapartida el agradecimiento del mundo. Es ligero, educado, de la escuela del ‘charme’. Sabe vestirse, sabe conversar en la mesa y manejarse entre la autoimportancia y la pose ‘gran señor’. Tiene algo de gatuno y de anticuado sin que sepamos si en realidad es un seductor o un impertinente. Su mujer –mujer muy lista- le cambió por otro más rico y desde entonces languidece aunque le importa poco. Intenta, aquí y allá, colocar artículos nada colocables. Vendió una casa como si preparara el gran adiós. Perezosísimo, plagiario, con total perfección en el incumplimiento de los plazos. Le he saludado con toda mi admiración y mi cariño.

SANTA MARÍA DEL MAR. Llegará el día en que tengamos que oír que una iglesia es un lugar muy zen. De momento, las iglesias aún abren como la gallina que acoge a los polluelos aunque cada vez se adaptan más al horario de oficina. Las gentes entran a la penumbra de Dios, como si buscaran un actimel para el espíritu. Siempre llama la atención que tantos vean la religión como consuelo cuando en realidad la religión nos da una dimensión dramática. Santa María del Mar todavía funciona como iglesia y no como sala de fiestas: cristiano a la fenicia, se me ocurre que sería un espléndido local polivalente, para rave parties y presentaciones de libros y automóviles, quizá con una barra de sushi y con altavoces poderosos para aprovechar la acústica. Mientras eso llega, entro a rezar pero estoy poco católico –estoy más bien biológico-, de modo que me conformo con hacer oración presencial y darle a Dios esa gloria pasiva que le dan los árboles, las ballenas y los seres inanimados. En las iglesias, uno tiende a sentirse un poco pobre hombre, con la conciencia de que a Dios no se le puede vacilar ni convencer. Sentado en un banco, reparo en que tengo una mezcla de cansancio y malestar y barajo la posibilidad de una trombosis. Por lo general, todos mis males son imaginarios así que encontrarme mal de verdad es novedoso y pienso si no sentiré lo que sienten las mujeres –más conscientes de su corporalidad- cuando aducen una indisposición genérica, difusa y –en última instancia- inhabilitante. Con la boca abierta, miro la gran diafanidad de la nave. Los arquitectos del gótico sabían hacer de esa diafanidad la convocatoria de una presencia. El gótico es también un arte del contrapunto –es un estilo en buena parte musical- cuando no un arte de la fuga. Si la arquitectura nos habla de la fe en la vida de los hombres, el gótico está entre los estilos arquitectónicos del optimismo. En la capilla del Santísimo, el cura trata de Gog y Magog y, al salir, suena música de órgano en la nave vacía: quizá debería pensar en la Eternidad pero pienso más bien que el órgano es buena imagen de la Unión Europea ahora que desafina o falta fuelle. Los turistas pasean por la casa de Dios, desorientados como un bakala en la Gran Peña. Por mi parte, he visto claro en la oración que lo que necesito en este momento es una copita o dos de cava. Alzad, oh puertas, los dinteles.

LOS ANHELOS. No echar de menos lo conocido ni lo no conocido sino lo no imaginado.

MADRIGAL DE AVANT-GARDE.

Tu belleza automática

bajo esta luz estroboscópica

me está poniendo,

ma chère,

 

un poco histérico.

BULLDOGS. De pronto me entra tanta pasión por los bulldogs que salto el trámite de comprarme uno y ya pienso en montar un criadero. El bulldog me recuerda a mí: es lento, es torpe, es rollizo, aunque del bulldog se predica gran inteligencia. Me hago la ilusión de que al sacar al bulldog no pareceríamos hombre y perro sino algo así como dos buenos amigos. Mi amigo J. G.-L., hombre fino, sabe mucho de bulldogs y afirma que con él se ha logrado pasar con pericia y rapidez del guerrero ancestral al aristócrata gotoso. Sus arrugas evitaban que la sangre ajena le llegara a los ojos pero hoy el bulldog es un perro filosófico, amigo de dormitar en sillones chester, muy tolerante al humo de los habanos y con una clara preferencia por las carnes rojas en tartar. Yo lo sobrealimentaría mucho para exacerbar su pereza natural y propiciar sus enfermedades exquisitas pues es un perro que aborrece el ejercicio y que siempre quiere volver a casa antes que el dueño. Bulldog moralista y culón, mejor en color crema y sobre una manta de angora: cabe preguntarse si no será el más gato de los perros.

MÁS PERROS. Se le murió su teckel –perro listo y bravo- no hace tanto y busca la mejor sustitución. El whippet –perro anoréxico- parecía la alternativa pero está indeseablemente de moda y queda feo protestar que a uno le gustaba desde antes. El mal mayor es que Bimba y Lola adoptan el whippet como imagen corporativa, sabiendo o sin saber que una marca italiana –Trussardi- ya tenía el contorno de un galgo a la carrera. Al final, hablamos de Oswald, el dogo de la Villa Triste de Patrick Modiano, propenso al ‘chagrin’ más elegante y a una ‘melancolía portuguesa’ que le quita el hambre y le empuja al llanto e incluso -en ocasiones- a la muerte. Concluimos que es un perro poco práctico.

AVES. Recordar el vuelo –plata por sorpresa- de una tórtola, de las tórtolas con sabor a romancero, viudas fieles a la memoria de una pérdida, que entristecen al beberla el agua de los ríos. Recordar el zureo de las palomas: al cazar una y eviscerarla, puede ocurrir que esté llena de bellotas. Ahora mismo recuerdo que he conocido a un joven que se dedica a buscar razas perdidas de pollo para la alta restauración –‘el poulet de Bresse está muy visto’- y seguramente la bravía ‘paloma de bellota’ le gustara. Pese a todo, recuerdo más trabajar como trabajaba en otro tiempo, ante un nido de cigüeñas, animal monógamo sucesivo y por lo tanto adecuadamente humano. Ese nido de cigüeñas no era una sagrada familia pero al menos parecía el caligrama chino de una casa, a modo de reflejo de la nuestra, como si fuéramos vecinos la familia Peyró y la familia Zancuda. La mejor misión de los animales es el recordarnos nuestra propia humanidad, dada también al parasitarismo amistoso.

CAMARERA, CAMARERA. Yo le daba pena así que ella me daba conversación.

DE MILFORD A SÁNDOR. Milford en Madrid y Sandor en Barcelona deberían intercambiar embajadas del mismo modo que los municipios se hermanan, los clubes establecen correspondencias o museos y bibliotecas forman redes. Si hasta ahora Madrid y Barcelona eran las ciudades más unidas del mundo por avión, esa hermandad irrevocable podría consolidarse con una mayor unión de dos bares que son instituciones de civilidad y empaque burgués. De Juan Bravo a Calvo Sotelo –hoy Francesc Maciá-, no haría falta preguntarnos que el gin tonic sabe mejor con Tanqueray.

PKK. Esperamos casi cualquier cosa pero sin duda no esperábamos ver en España una pintada a favor del Partido Comunista del Kurdistán.

ORTEGA. La algidez del momento de comprar las obras de Ortega me llevó a comunicarlo por sms. Son por ahora siete tomos pero –como diría el Gatopardo- las cosas se hacen o no se hacen. Eran de ver las reverencias de los libreros, como si les hubiera pagado un plazo del coche o una cuota del colegio de los niños. Los conservadores españoles han tenido sus prejuicios contra Ortega. Pervive sin embargo ese cristal tan claro de su inteligencia, marcada siempre por la amargura de escribir desde arriba a un público más bien bajuno, incapaz de interés, de las audacias del esfuerzo, más amigo –como se ha dicho hace poco- de lo anecdótico que de lo significativo en lo político. Tuvo Ortega sus astucias, errores en la vida pública, pero su crítica de arte –tan criticada- era finura del espíritu. Permanecen, curiosamente, su lenguaje y su prosa de periódico, con la entereza de lo modélico y la lección de una escritura siempre novedosa por ser siempre curiosa. Su don fue el ser siempre estimulante. Su elogio fúnebre a Unamuno es una página de toda nobleza. Han sido largas tardes con Ortega, sus obras esparcidas por la cama: hubiésemos cambiado dos docenas de poetas por un par de pensadores como él.

ERRORES DE LA GENTE. Confundir autobús con ascensor, puente con túnel, izquierda con derecha, Erwin Panofsky con Jean Starobinski.

ESCENA CON GORDO. Es poco antes del mediodía y tomo en un hotel algo con alguien. ‘Chesters’ y boiseries de bar inglés, coctelería de bar américain. La gerencia ha decidido sustituir los cuadros de tema hípico-venatorio por unas fotografías de postmodernidad violenta. Miro las fotografías con desaprobación leve pero, ¿para qué quejarse? Yo me conformo con que nadie me lleve a mí a un contenedor. En el bar suena música chill-out cuando, para oír música chill-out prefabricada, iríamos tal vez a cualquier otro sitio. ¿A qué abismos nos viene llevando la gerencia de este hotel? Al fondo del bar está comiendo un hombre: está comiendo con devoción absoluta, con dedicación plena. Come como si estuviera trabajando. Posiblemente, esta mañana se comió una esfera armilar y eso explica la hipertrofia de su abdomen: es fabulosamente, heroicamente gordo. Su cache-col amarillo se va manchando de gotas de grasa y compone una figura de corrupción casi admirable. Al terminar la comida, el hombre se intenta levantar y no puede. Las piernas no le sostienen. Lo intenta otra vez. No puede. Las piernas no le sostienen. Yo iría a ayudarle pero la escena me resulta entretenida. Al final, dos camareros con chaquetillas blancas lo cogen por las axilas y lo ponen en pie como quien levanta un andamio. El hombre pasa aplomado por el bar, quitándose unas migas del bigote con su cache-col amarillo, totalmente satisfecho de sí mismo.

AFICIONES. Decimos que nuestras aficiones son –por ejemplo- jugar al bridge, conducir motocicletas, animar a Fernando Alonso, pero nuestras verdaderas aficiones las pasamos por alto: ser arbitrarios, saltarnos los semáforos, tratar despóticamente a los camareros, oír la música muy alta, beber el agua poco fría, cumplir las normas siempre que sean caprichosas, no considerar las alegrías y tristezas mundanas como una superstición.

BANCO MADRID. A no dudar nos acercamos a la Gran Tribulación y habrá que ir cavando un bunker en el jardín del adosado. La última publicidad de Banco Madrid es seguramente una anticipación del fin-de-todo. Colocar una tabla de surf al Carlos V victorioso en Mühlberg no está entre las vejaciones que han de pasarse sin respuesta. Vale lo mismo para el caballero de la mano en el pecho, que –tantos siglos después- en realidad escondía un ipod. Ese Carlos V de Tiziano es la mejor condensación pictórica de la grandeza política, entre los últimos ocres del otoño, en un paisaje alemán que –curiosamente- se parece a algunas perspectivas del Retiro. El caballero propició páginas de inspiración de Ortega, de Unamuno, de d’Ors y de Azorín. En los últimos meses hemos visto grandes catedrales teñidas de luces color rojo ‘puticlub’ y hemos oído llamar ‘sonrisa pícara’ a la sonrisa de la Gioconda. Ahora ya no vale con ver los cuadros sino que hay que masticarlos, radiografiarlos, coregrafiarlos, interpretarlos, repintarlos. La palabra clave –sumo horror- es ‘interactuar’. Popularizarlo todo ha sido degradarlo todo.

CONVERSACIÓN. –‘La juventud tiene algo… que hay que robar’.

UN SOLO DE JAMÓN. A las once de la mañana hacemos el aperitivo del aperitivo y nos vemos frente a un jamón excelente como un Stradivarius. Alguien dijo que cualquier tristeza se le pasaba con una hora de lectura. Un solo de jamón siempre será un motivo para la mayúscula alegría. El momento es de recogimiento, concentración y soledad, mientras nos aplicamos en ese gesto de cortar que puede ser –sin términos medios- de gran esbeltez o gran torpeza. Al cabo del año, hay miles de heridos en España por corte de jamón, colapsando las urgencias hospitalarias, justamente en premio a su torpeza. Mientras paladeamos la grasa ‘fondante’, recordamos esa frase tan estúpida según la cual el jamón de bellota es tan bueno que debería ser pecado. ‘Es tan bueno, en realidad, que es casi una virtud’, me digo con soberbia filosófica, justo antes de mirar ese calendario donde –oh, pagano- resulta ser viernes de cuaresma.

SOUTHAMERICAN WAY. Una retórica prebélica recorre los Andes y hay quien dice que tendrán que venir a luchar a Cuatro Caminos. La vociferación de un Hugo Chávez siempre rampante es inusual como esos cometas que pasan una vez cada cien años. Si Rafael Correa es el Don Johnson de la raza color cobre, Uribe es la libertad. Como siempre, se cumple el mito de San Theodoros, con palacios magníficos con coroneles y palmeras, con un salón a los libertadores o a Bolívar o a los próceres de mayo, mientras del otro lado de la plaza hay mujeres pobres que venden tejidos regionales. Carondelet, Nariño, Miraflores: casonas de otro tiempo, con alabarderos autóctonos y camareras seleccionadas como para sacrificarlas al dios Sol. De pronto, pensamos que lo hubiésemos dado todo por ser altos funcionarios en un país tropical e irrelevante o –mejor aún- miembros de cualquier Gobierno en el Exilio. En el noticiero, un impecable militar colombiano reprocha algo ‘al ilustrado Gobierno del Ecuador’. Magnífico.

LA EDUCACIÓN. La gran ventaja de la educación es que nos evita el espanto de ser nosotros mismos.

REMEDIA AMORIS. En cien años, todos castos.

PRIMAVERA, I. Julien Green tenía su árbol amigo en un castaño de Trocadéro, allí en París. Creo que el árbol de Jünger era un tilo. Desde hace años, simpatizo con el olmo que está frente a mi casa, tan cortés como para desearme buenos días cada día. Es el mejor reló de las estaciones y en la primavera tiene su momento: su foliación comienza con un verde cremoso que aún deja entrever la perspectiva del cielo de la tarde a través del ramaje. Pronto, ese verde cremoso será un verde vital y las hojas serán tantas que nos perderemos el cielo a su través. Es un árbol perfecto, en su perfecta madurez, como una juventud. Esta es otra primavera, olmo amigo, pero ¿cuántas, cuántas primaveras todavía?

PRIMAVERA, II. ‘No obstante la inusitada luz que bañaba la ciudad, la gente circulaba por las calles con los párpados cosidos’. (Alberto Savinio, La infancia de Nivasio Dolcemare).

PRIMAVERA, III. Días de luz más cálida que el aire, presunción de primavera, último vuelo de los abrigos –espléndidos- de lana cachemir. Studia Anatomica: pasan unas patinadoras, una mujer esprinta al cruzar la calle. El Pilates funciona admirablemente bien. Las mañanas, como en Demis Roussos, son de terciopelo, sobre todo por el barrio del Retiro, cuando no hay mucho que hacer y la vida pasa de modo imperceptible.

LITERATURA. La comunión de los sabios.

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