Reivindicación del lugar común

Los tópicos o lugares comunes, en sentido cultural, no son las fórmulas donde se destila lo políticamente correcto, sino las opiniones de los sabios y eruditos que nos precedieron

El ciudadano adánico no bebe de la tradición porque imagina que es el encargado de crear, cada mañana, el universo nuevamente
El ciudadano adánico no bebe de la tradición porque imagina que es el encargado de crear, cada mañana, el universo nuevamente

Antoine de Compagnon, que es lo más parecido a un erudito del Renacimiento que tenemos por aquí cerca, dedicó hace unos años más de quinientas páginas a ilustrarnos sobre el arte de la cita. Partía, precisamente, de una cita de quien, sin duda alguna, es la autoridad por antonomasia en la disciplina del comentario, Michael de Montaigne. Encerrado en un torreón atestado de cultura, señaló que, al escribir, no hacemos “más que glosarnos los unos a los otros”.

Quizá no se entienda hoy bien lo que quiso decir y me temo que muchos de los que imparten cursillos de escritura creativa piensan no solo que la cita se aleja de la inspiración, sino que constituye una rémora para que brote el estilo personal e inconfundible del genio. La persistencia de la glosa, sin embargo, y de la toma de notas, de esa tarea tan clásica que es la recopilación de lugares comunes, nos enseña algo muy preciso: que la creación no puede darse sin recepción.

“La persistencia de la glosa, de la toma de notas, de esa tarea tan clásica que es la recopilación de lugares comunes, nos enseña algo muy preciso: que la creación no puede darse sin recepción”

No sé con exactitud cuándo cesamos de plasmar lo que otros, antes de nosotros, dijeron sobre temas tan humanos como el amor, la belleza o la justicia, pero sí que podemos decir con seguridad quién fue el que primero teorizó sobre la necesidad de partir de lo que otros -más mayores, más sabios, más perspicaces- dijeron sobre los asuntos en las que, como seres humanos, nos la jugamos. Lo que desde Aristóteles hemos dado en llamar “tópicos” u opiniones autorizadas nos prestan una ayuda inestimable y son como un bastón para nuestro pensar renqueante.

Aunque cueste creerlo, nadie es menos sospechoso de dejarse llevar por preconcepciones, ni motivaciones espurias, que Aristóteles. La conocida frase que se le atribuye –“soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”- no solo fue el principio que determinó su trabajo, sino que le indujo a cuestionar de un modo tan contundente los postulados de la Academia fundada por su maestro.  

Si Aristóteles aplicó esa metodología en su propia obra -ahí están sus textos para comprobar cómo parte de las opiniones de quienes le precedieron, aun cuando las criticara y buscara superarlas-, no fue por mostrarse piadoso o servil con la tradición cultural, sino porque era consciente de que pensar es siempre una empresa colaborativa. ¿Quién tiene la última palabra sobre temas tan inciertos como la felicidad, el bien o la amistad?

“Quien sucumbe al adanismo moderno es el pretencioso que cree poder ver la realidad desde el punto de vista de Dios. El resto sabemos que, para descubrir nuevas verdades, es siempre mejor subirnos a hombros de gigantes”

Gracias a él contamos con un método -la tópica- y sabemos la manera en que podemos servirnos del sentido común para indagar en esas realidades de por sí misteriosas, todo con el fin de hallar, aunque sea tentativamente, ese bien tan escurridizo que es la verdad.  

Más tarde, pero bajo la estela de aquel gran pensador, los humanistas de todos los siglos han levantado su dilatada erudición sobre ese humilde don que es la escritura. Todavía se conservan algunos de los maravillosos “libros de lugares comunes” en los que doctos e ilustrados -como John Milton, por ejemplo, Newton, Leibniz o Ben Johnson- tomaban pacientemente nota de sus lecturas e ideas, agrupándolas por voces temáticas.

 

Lo más parecido que tenemos hoy a esas biblias seculares que tenían el objetivo de condensar en papeles sucesivos el frondoso caudal del saber es Wikipedia. ¿Quién se afanará, pues, en nuestros días y se dedicará a la ardua tarea de la copia, si tecleando aparecen al instante millares de datos?

No debemos olvidar, en cualquier caso, que lo que convierte la toma de notas en un arte es, precisamente, su materialidad. Quien lee y escribe acerca de lo leído asimila mejor, no únicamente porque graba con más nitidez lo que apunta, sino porque, de la misma manera que la tinta penetra en el papel, el que se esfuerza en rasguear esculpe la sabiduría pretérita en lo más recóndito del alma, allí donde se guarda lo que deseamos conservar y rememorar para encontrar el sentido.

Sospecho, sin embargo, que el desprestigio de la cita no comenzó porque los seres humanos nos cansáramos de emborronar el papel. Tiene un condicionamiento de mayor calado porque, como ocurre en general con todo lo que procede de la recepción, el moderno sospecha de aquello que supedita al genio individual, si es que esto último existe.

Llamo a esto, sin ánimo de suscitar equívocos religiosos, la “tentación adánica”. Suponemos que el mundo empieza con nosotros y que nada más allá de nuestra idiosincrasia se extiende ni a nuestra espalda ni en ese ámbito que alcanza la línea del horizonte.

El ciudadano adánico no bebe de la tradición porque imagina que es el encargado de crear, cada mañana, el universo nuevamente. ¿No sería sucumbir a un prejuicio anticientífico, sugería Descartes, dejarse guiar por lo que otros han dicho antes? Esa apelación fraudulenta a la autoridad de la historia colocaría, supuestamente, al hombre contemporáneo en una situación de opresión o de sometimiento intolerable.

Sospecho, sin embargo, que lo que guiaba a las lumbreras que nos han precedido en el respetuoso arte de la cita no fue nunca la autoridad, sino el anhelo incansable de saber. Si nos inspiramos en el pasado es porque cuatro ojos ven mejor que dos. Quien sucumbe al adanismo moderno es el pretencioso que cree poder ver la realidad desde el punto de vista de Dios. El resto, los mortales, sabemos que las aristas de lo que nos rodea son infinitas y que para descubrir nuevas verdades es siempre mejor subirnos a hombros de gigantes.

Video del día

Detenida en Madrid una kamikaze borracha y
con un kilo de cocaína en el maletero
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato