Daniel Deronda, una novela para reconciliarse con la literatura

Además de Middelmarch y otras obras, George Elliot escribió sobre un joven honrado que descubre su ascendencia judía y decide no renunciar a ella

“Daniel Deronda es uno de los libros que inspiró el sionismo, porque para Elliot la cultura y las comunidades necesitan tierra para arraigar”.
“Daniel Deronda es uno de los libros que inspiró el sionismo, porque para Elliot la cultura y las comunidades necesitan tierra para arraigar”.

Un buen amigo me comentaba el otro día su decepción con las novelas contemporáneas. “Encuentro muy pocas cosas sustanciales” afirmaba. Y eso que es un buen lector y frecuenta escritores y géneros reputados. “Hay algunas joyas, pero abunda la morralla”.

La desesperación de mi amigo tiene fácil cura. Y barata: basta con acudir a una buena biblioteca y localizar a los clásicos para aferrarse ellos y nunca más soltarlos. Sería difícil determinar con exactitud -como han visto muchos- si la literatura se parece a la vida o esta a aquella, pero cuando uno ahonda en la gran novela, principalmente europea, sabe lo que significa jugar en primera división.

A mi amigo le recomendé someterse a un tratamiento estricto, pidiéndole que, en lugar de visitar las librerías tan a menudo, se embaulara, como si fuera una píldora para sus males, un novelón de Thomas Mann, por ejemplo. O Galdós. Fui, de ese modo, soltando poco a poco los nombres de alguno de esos titanes que podrían reconciliarle con la letra impresa.

La conversación con mi amigo coincidió con un descubrimiento literario reciente. Me fascinó cuando tenía veinte años Middlermach, a la que he vuelto repetidas veces, de George Elliot. Detrás de este nombre de varón se escondía, como se sabe, Marian Evans, una mujer inquieta, libre, crítica. Revolucionaria me atrevería a decir. Conocía otras obras de Elliot, pero mi último hallazgo ha sido Daniel Deronda (1876), lo último que escribió. 

No hay una conexión directa entre genialidad y judaísmo, pero es evidente que la larga historia de sufrimiento y exclusión ha convertido a los judíos en una comunidad muy singular

He llegado a esa novela a través de otro libro. Y es que, como podría confirmar cualquier lector, una de las más grandes alegrías que nos depara el vicio de pasar páginas es la de llevarnos de una obra a otra. Hacemos escala en un escritor y sus pasiones -o, a veces, sus aversiones- nos indican la siguiente parada de nuestro viaje. ¡Qué fácil sería reconstruir la historia íntima de cualquier lector si nos confesara cuál fue el primer volumen que tuvo la dicha de abrir!

Pero estaba contando cómo llegué a Daniel Deronda. Ha sido gracias a Genio y ansiedad (Alianza), un libro muy sugerente de Norman Lebrecht, en el que se aborda -a mi juicio con sosiego- la excepcionalidad judía. ¿Por qué en este último tramo de la historia han destacado los hijos de Israel en tantos campos? ¿Qué les hace tan especiales?

Lebrecht no es un racista; para él, Marx, Freud, Einstein, Kafka o Mahler fueron tan determinantes y destacaron abriendo nuevas sendas para la humanidad por las experiencias vividas. No hay una conexión directa entre genialidad y judaísmo, pero es evidente que la larga historia de sufrimiento y exclusión ha convertido a los judíos en una comunidad muy singular.

Y es aquí donde aparece Elliot y, justamente, Daniel Deronda, uno de los libros que inspiró el sionismo, porque para Elliot la cultura y las comunidades necesitan tierra para arraigar y construir su hogar. Hay que recordar que Elliot era atea y se mostró especialmente hostil con el cristianismo. Por otro lado, como mujer, quería alejarse de Austen y esta es la razón por la que los conflictos matrimoniales están siempre presente en sus obras.

 

En todos los aspectos de su vida, fue una adelantada. En Daniel Deronda, a pesar del título, quienes tienen el protagonismo son las mujeres: Gwendolin, la alocada hija de una familia venida a menos, y Mirah, una bella judía a la que Deronda encuentra desesperada y abandonada a la orilla del río. Elliot es recia y perfila en sus personajes femeninos a la mujer independiente, ajena a los convencionalismos. Basta con advertir su concepción del matrimonio: aunque Gwendolin se ve obligada a casarse con quien no quiere por motivos económicos -para ayudar a su madre, viuda, y a sus hermanas-, no está dispuesta a ser una marioneta en manos de su marido. 

Elliot restaura la dignidad del pueblo judío, combatiendo con el arrojo que la caracterizaba los estereotipos: no hay en Daniel Deronda ni rastro del israelita usurero

Con todo lo importante que es ver la manera en que las mujeres actúan -desconozco por qué el feminismo por nuestros lares no ha explotado más la obra de Elliot, quien es, a todas luces, una feminista avant la lettre-, Daniel Deronda es una suerte de novela de aprendizaje, puesto que Deronda descubre paulatinamente sus orígenes. Hay muy pocas figuras tan entrañables y que susciten sentimientos de simpatía y afecto como él. Huérfano, educado por un aristócrata, Deronda es un joven a la zaga de la verdad, maduro, reflexivo, a quien no le interesa salvar las apariencias, sino encarnar los valores y principios éticos de una manera irreprochable. E indudablemente lo consigue.

Pero ¿cuál es, a fin de cuentas, el vínculo del libro de Elliot con el judaísmo? La novelista inglesa restaura en esta obra la dignidad del pueblo judío, combatiendo con el arrojo que la caracterizaba los estereotipos: no hay en Daniel Deronda ni rastro del israelita usurero, del judío taimado, del pueblo avaricioso y criminal, prejuicios, por ejemplo, ante los que sucumbe Dickens.

Daniel Deronda no es una novela, sino un universo, complejo e inagotable, como la vida de cualquiera. Sumergirse en sus páginas, acompasar nuestra existencia al ritmo sosegado, virtuoso y profundo -de un lirismo nada impostado, de una belleza sincera- de Elliot, es un tratamiento maravilloso para convencerse de nuevo de que el arte, cuando es auténtico, alcanza alturas sublimes.

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