Herejías medioambientales

Los ecologistas radicales han conseguido que se imponga su discurso maniqueo, de modo que quien cuestiona sus dogmas es un enemigo de la naturaleza

"En el caso del calentamiento global, la temperatura de la batalla entre quienes piensan distinto alcanza cotas inimaginadas".
"En el caso del calentamiento global, la temperatura de la batalla entre quienes piensan distinto alcanza cotas inimaginadas".

La toxicidad de la política es tan alta que contamina cualquier discusión científica. Y eso que quienes se dedican a mirar por el microscopio creían estar alejados de contiendas electorales. ¿No oye uno más a menudo que la gente está hastiada de la ideología y clama por dejar de lado los partidismos?

En el caso del calentamiento global, la temperatura de la batalla entre quienes piensan distinto alcanza cotas inimaginadas, nunca mejor dicho. La prensa nos vende una y otra vez lo que quieren las agencias internacionales, apagando las voces de los disidentes. Pero no hay que ser un negacionista climático para exigir más rigurosidad. Solo leer mejor las evidencias.

“No hace falta defender un modelo de explotación y agotamiento de los recursos para cuestionar algunas de las afirmaciones que hacen los que abanderan la defensa de la madre tierra”

Desde Lomborg a Koonin, pasando por tantos otros, como Shellenberger, no se puede decir que los que matizan los datos o se enfrentan a la retórica apocalíptica sean poco cuidadosos con el medio ambiente. Es decir, no hace falta defender un modelo de explotación y agotamiento de los recursos para cuestionar algunas de las afirmaciones que hacen los que abanderan la defensa de la madre tierra.

Algunos de los raptos ecologistas tienen un aire neopagano y vocean mensajes que defienden la santidad de lo telúrico. Pero los cultivadores del animismo seguro que desearían algunas fuentes fósiles para calentarse. No hay nada tan cómodo como demonizar el progreso desde el iPhone; más difícil es hacerlo cuando no tienes acceso al agua potable.

En el caso del ecologismo, sería erróneo entender que la técnica es una enemiga; todo lo contrario: gracias a la geoingeniería, por ejemplo, se pueden idear formas de atajar o retrasar el calentamiento o incluso absorber de forma más rápida el CO2 que contamina el cielo.

“No se perdona que unos estudiosos indiquen algo tan crucial como que, a tenor de los datos, no se puede saber hasta qué punto el aumento de las temperaturas depende de la emisión de CO2”

Para que se vea hasta qué punto es perturbador el clima, basta con echar un vistazo a lo ocurrido con unos científicos en un país poco dado a los extremismos como Noruega. Al parecer, la entidad pública de estadísticas del país se atrevió a publicar un artículo en el que varios expertos concluían que las simulaciones climáticas realizadas por ordenador para medir el impacto de la acción humana sobre el entorno no eran del todo fiables. Y en tromba han salido todos a pedir perdón por esa herejía.

Para ver hasta qué punto es inquisitorial la condena pública, es necesario darse cuenta de que muy pocos han leído el polémico texto, repleto de guarismos y gráficas y que alcanza las 123 páginas. Uno de los firmantes ha salido al paso y, compungido, ha señalado que está a favor de reducir las emisiones.Que habría que atenuarlas por precaución. Pero no se perdona que unos estudiosos indiquen algo tan crucial como que, a tenor de los datos, no se puede saber hasta qué punto el aumento de las temperaturas depende de la emisión de CO2.

 

¿Cuál es la causa de la polémica? Según algunos analistas, los autores han puesto la lupa sobre los modelos climáticos, base de muchas decisiones políticas. En realidad, lo que cuestionan es que se pueda determinar con la claridad el factor determinante de nuestra penuria medioambiental.

Se puede entender lo que alguien dice. O se puede malinterpretar. Esto es tan sencillo que todavía recuerdo que se nos decía en las clases de lengua al abordar la teoría de la comunicación. Pero cuando se trata de ciencia y de cambio climático parece que jugamos al teléfono escacharrado. Porque nadie está diciendo que se deba herir a la naturaleza. Lo que hacen los científicos es determinar la certeza y correlación de unos fenómenos.

Según informa The Wall Street Journal, Noruega no es el único lugar en el que se han agitado las turbas aguas de la ciencia climática. James Hansen, de la NASA, ha apostado desde hace años por propuestas escandalosas. Como Shellenberger, está a favor de la energía nuclear, más limpia, pero lo que ha generado más suspicacias son sus últimas declaraciones sobre los aerosoles.

Así, en un artículo ha señalado que el calentamiento irá a peor por una sencilla razón: la reducción de emisiones provenientes de vehículos y energía reduce los aerosoles atmosféricos, que contribuye precisamente a retardar el calentamiento.

Debería preocuparnos no que se difundan este tipo de opiniones. Tampoco la censura de las mismas. Más grave es que se pase por alto la crítica, que es el motor del avance científico. Sin el énfasis y la audacia de Copérnico, la tierra seguiría acabando en una esquina gallega.

Hay algo que se está difundiendo como la peste: el odio hacia el ser humano. Desde que Foucault decretara la muerte del hombre, se ha extendido una sospecha y animadversión visceral hacia nuestra contribución. Por eso, desde el punto de vista ideológico, es imperdonable lo que sugiere el análisis de los científicos que hemos mencionado: que el ser humano no es el único culpable del desastre natural. Tampoco se acepta la otra cara de la moneda: que, aunque les pese, también es el ser humano el único que puede defender y cuidar del entorno.

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