Cambia el perfil del paciente con síndrome postvacacional: jóvenes, autónomos y teletrabajadores
Los afectados sufren estrés por las facturas más altas, los salarios que no crecen al mismo ritmo y el miedo a perder su trabajo
- El regreso más difícil
- Nuevos afectados
- Sectores bajo presión
- El espejo de las redes sociales
- La huella de la pandemia
- Cuando deja de ser un simple bajón
El síndrome postvacacional ha dejado de ser un problema asociado únicamente a trabajadores con horarios rígidos y rutinas inamovibles.
Estas semanas, los psicólogos están detectando un cambio en el tipo de personas que acuden a consulta: jóvenes frustrados por expectativas laborales poco realistas, teletrabajadores incapaces de desconectar y autónomos presionados por la incertidumbre económica.
El regreso ya no se vive solo como el fin del verano, sino como un choque con una realidad marcada por facturas más altas, sueldos que no crecen al mismo ritmo y miedo a perder el empleo.
El regreso más difícil
“Se observa un incremento de consultas tras el verano, algo habitual. Pero este año lo que llama la atención es la intensidad y duración de los síntomas”, explica a Confidencial Digital Isabel Aranda, doctora en Psicología y miembro del Colegio Oficial de Psicología de Madrid.
El fenómeno, añade, no responde únicamente al contraste entre vacaciones y rutina, sino a un contexto social y económico más complejo que amplifica la ansiedad.
Lo que antes era un pequeño bajón de unos días puede convertirse ahora en un trastorno adaptativo más profundo.
La vuelta implica mucho más que madrugar y retomar responsabilidades: supone enfrentarse a un entorno donde la inflación aprieta los bolsillos, los salarios no acompañan y la incertidumbre laboral acecha.
Nuevos afectados
El perfil de quienes sufren este síndrome se ha transformado en los últimos años. Antes lo padecían sobre todo trabajadores en empleos con horarios fijos y rutinas muy estrictas, donde apenas había margen para organizarse de otra manera.
Hoy, sin embargo, se multiplica entre colectivos que, en teoría, tienen mayor flexibilidad.
Los jóvenes llegan a consulta con la sensación de que el mercado laboral no les ofrece lo que esperaban. El teletrabajo, que en un inicio parecía una ventaja, ha borrado los límites entre la vida personal y la profesional, lo que impide descansar del todo. Y los autónomos arrastran la carga de la inestabilidad, conscientes de que un mal mes puede arruinar su equilibrio económico.
“En profesiones con baja seguridad laboral, como la de los temporales o los trabajadores por cuenta propia, el regreso a la actividad se percibe como una amenaza”, apunta Aranda. La vuelta se convierte en un recordatorio de su fragilidad, más que en una adaptación a la rutina.
Sectores bajo presión
El impacto no es igual en todos los ámbitos. Los sanitarios y docentes, que lidian con una gran carga emocional, suelen acusar con más fuerza la reincorporación.
También lo hacen quienes trabajan en entornos corporativos donde los objetivos son estrictos y la presión constante. La psicóloga advierte de que estas condiciones, sumadas a la situación económica, generan un terreno fértil para la ansiedad.
En estos casos, el malestar no se explica solo por la vuelta al trabajo, sino por la percepción de que no hay margen para el error. Retomar la actividad supone recuperar una tensión que nunca desaparece del todo, y que el descanso veraniego apenas consigue amortiguar.
El espejo de las redes sociales
Las vacaciones idealizadas en redes sociales añaden un peso extra. La constante exposición a imágenes de playas paradisíacas o escapadas de ensueño genera comparaciones dañinas. Es un engaño: nadie cuelga en sus perfiles lo que ha salido mal, ni los fracasos.
Sin embargo, “muchas personas sienten que su descanso fue insuficiente o menos perfecto que el de otros, y eso añade frustración y tristeza a la ya difícil vuelta a la rutina”, señala Aranda.
Lo que antes era una experiencia personal ahora se mide en relación con lo que muestran los demás. El resultado es que septiembre llega con la sensación de haber vivido un descanso inadecuado, lo que incrementa el desánimo.
La huella de la pandemia
El fenómeno tampoco puede entenderse sin el impacto de la pandemia. Antes de 2020, la dificultad de volver al puesto de trabajo se vinculaba casi exclusivamente al contraste entre ocio y vida laboral. Hoy, la relación con el empleo es distinta.
“Tras los confinamientos y los cambios masivos en la organización laboral, hay más cansancio acumulado, más burnout [síndrome de desgaste profesional] y un mayor cuestionamiento sobre el sentido del trabajo”, explica la psicóloga.
Esa transformación provoca que la vuelta no sea solo dura, sino que despierte dudas existenciales que antes apenas se planteaban.
Cuando deja de ser un simple bajón
El síndrome postvacacional suele resolverse en pocos días. Pero hay señales de que la situación se complica: cuando el malestar se extiende más allá de dos o tres semanas, cuando aparecen problemas de sueño, dificultad para concentrarse, pérdida de motivación o sentimientos de desesperanza, o cuando la persona se aísla socialmente.
En esos casos, advierte Aranda, no se trata de un estado pasajero. “Puede convertirse en un episodio depresivo mayor o en un trastorno de ansiedad. Ignorarlo con la idea de que ‘ya pasará’ puede retrasar la búsqueda de ayuda y cronificar el malestar”.
