La oleada de incendios forestales ha provocado estrés postraumático en ciervos, osos y lobos

Los fuegos de Castilla y León, Galicia y Extremadura han dejado secuelas en animales salvajes que se han visto obligados a huir tras la destrucción de su hábitat

Un ciervo entre las cenizas tras un incendio en la Sierra de la Culebra, a 22 de junio de 2022. (Foto: Emilio Fraile / Europa Press)
Un ciervo entre las cenizas tras un incendio en la Sierra de la Culebra, a 22 de junio de 2022. (Foto: Emilio Fraile / Europa Press)
La ola de incendios forestales que ha arrasado este verano Castilla y León, Galicia y Extremadura no solo ha destruido miles de hectáreas de bosque: también ha dejado una huella invisible pero profunda en la fauna salvaje.
  1. El impacto depende de la movilidad
  2. Sin refugio y más expuestos a depredadores
  3. Heridas, humo y enfermedades
  4. El desmán ibérico y el urogallo, en riesgo crítico
  5. El desafío del oso pardo
  6. Una fauna fragmentada y debilitada

Ciervos, lobos, osos y aves han logrado escapar de las llamas, pero ahora se enfrentan a un escenario marcado por la pérdida de refugio, la escasez de alimento y un estrés crónico que compromete su supervivencia.

El impacto depende de la movilidad

Según explica a Confidencial Digital Antón Álvarez, técnico del programa de bosques de WWF, la magnitud del daño varía en función de la capacidad de cada especie para huir. 

Anfibios, reptiles, micromamíferos e invertebrados apenas tienen opciones de escapar y mueren calcinados. Sin embargo, ciervos, corzos, jabalíes, lobos, osos y la mayoría de aves sí pueden salvarse del fuego.

El problema aparece después. Estos animales sufren un evento traumático que rompe sus estructuras sociales, desgarra los lazos familiares y los obliga a invadir territorios ajenos.

En especies como el lobo, muy territorial, la dispersión forzada desencadena conflictos violentos entre manadas y un nivel de estrés extraordinario.

Sin refugio y más expuestos a depredadores

Tras los incendios, muchos animales se encuentran en un entorno hostil. La vegetación que les servía de cobertura ha desaparecido, y especies como la liebre de piornal quedan mucho más visibles ante los depredadores.

A ello se suma la falta de agua limpia: las fuentes y arroyos se contaminan con cenizas y sustancias químicas, volviéndose impropias para el consumo.

La escasez de frutos y bayas, arrasados por las llamas, obliga a los animales a realizar largos desplazamientos en busca de alimento, con un alto gasto energético en un momento de máximo estrés.

Heridas, humo y enfermedades

Los supervivientes cargan también con secuelas físicas. Muchos sufren quemaduras en patas, plumas y pelaje, o daños respiratorios por la inhalación de humo y partículas tóxicas.

Este cúmulo de heridas y el estrés crónico debilitan el sistema inmunitario, lo que los hace más vulnerables a enfermedades y parásitos.

“El resultado es que, incluso entre los que han sobrevivido, la tasa de supervivencia a medio plazo disminuye, y también su éxito reproductivo, lo que afecta a varias generaciones”, alerta Álvarez.

El desmán ibérico y el urogallo, en riesgo crítico

Algunas especies ya amenazadas se encuentran ahora en una situación crítica.

El desmán ibérico, que habita en ríos, pudo refugiarse en madrigueras durante los incendios, pero la ceniza arrastrada por las primeras lluvias colmatará su hábitat, matando a los insectos de los que se alimenta y reduciendo drásticamente la calidad del agua y del oxígeno.

El urogallo cantábrico, otra especie en estado crítico, ha sufrido pérdidas graves. En Asturias, un tercio de su población se ha visto afectada.

Su capacidad de vuelo limitada y su fuerte apego al territorio natal hacen que muchos no hayan podido escapar de los frentes más virulentos. Además, su hábitat de cría y alimentación ha quedado devastado.

El desafío del oso pardo

El oso pardo afronta un desafío añadido. En esta época del año inicia la hiperfagia otoñal, cuando necesita consumir grandes cantidades de bellotas, castañas y arándanos para acumular reservas antes de hibernar.

Los incendios han destruido buena parte de estos recursos, lo que le obligará a recorrer distancias mucho mayores en busca de comida, con el riesgo de entrar en territorios humanos o verse forzado a competir con otros osos.

Una fauna fragmentada y debilitada

Más allá de las cifras de mortalidad directa, lo más preocupante es la desestructuración social que provocan los incendios. Crías separadas de sus madres, manadas dispersas y grupos desplazados constituyen un escenario de fragilidad extrema.

“Los incendios no solo matan, sino que generan un estrés postraumático que compromete el futuro de muchas especies”, concluye el técnico de WWF.

La supervivencia de la fauna ibérica tras los fuegos dependerá ahora de la recuperación de los ecosistemas y de la capacidad de los animales para reorganizarse en un territorio cada vez más hostil.

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