1 de cada 5 muertes asociadas a la anorexia en menores son suicidios
Se producen también fallecimientos por complicaciones cardíacas, metabólicas y de desnutrición extrema
La anorexia nerviosa sigue siendo el trastorno alimentario más letal. Un informe publicado en la revista Anales de Pediatría alerta de que uno de cada cinco fallecimientos en pacientes con anorexia se produce por suicidio.
- Complicaciones físicas graves
- Una adolescencia en riesgo
- Señales de alarma
- El papel del pediatra
- Una enfermedad que no entiende de apariencia
- Una llamada a la acción
La cifra confirma lo que desde hace años advierten especialistas: no solo es la desnutrición lo que amenaza la vida de los adolescentes, sino también el impacto psicológico devastador que arrastra la enfermedad.
Los autores del trabajo, pediatras y psiquiatras especializados en salud mental infantil, subrayan que la anorexia presenta un riesgo de mortalidad seis veces mayor que el de la población general.
Y dentro de esas muertes, el suicidio ocupa un lugar alarmante: dos de cada diez casos en menores.
Complicaciones físicas graves
La otra gran causa de fallecimiento son las complicaciones médicas asociadas a la malnutrición severa.
El informe recoge un amplio abanico de daños que afectan prácticamente a todos los sistemas del organismo. Entre ellos, destacan las alteraciones cardiovasculares —como bradicardia, arritmias o atrofia cardíaca—, los problemas metabólicos y endocrinos —hipoglucemias, osteoporosis, desregulación hormonal—, y la desnutrición extrema, que conduce a fallos orgánicos múltiples.
También se observan complicaciones gastrointestinales (gastroparesia, estreñimiento, dilatación gástrica), renales (pérdida de función, deshidratación, alteraciones de electrolitos), neurológicas (atrofia cerebral, deterioro cognitivo, convulsiones) y hematológicas (anemia, leucopenia, trombocitopenia).
Los expertos advierten de que la anorexia no es solo una enfermedad “de la mente”, sino un trastorno sistémico que deteriora progresivamente órganos vitales y deja secuelas físicas profundas.
Una adolescencia en riesgo
El informe señala que la edad media de inicio es 12,5 años, en plena etapa de crecimiento y desarrollo.
Aunque afecta mayoritariamente a chicas adolescentes, también se observa en niños y en jóvenes varones, especialmente aquellos que practican deportes donde el peso o la delgadez marcan la diferencia competitiva, como gimnasia, danza o atletismo.
Los datos muestran que la incidencia se ha disparado tras la pandemia de covid, con un aumento tanto de casos como de la gravedad de los cuadros detectados.
En Europa, las unidades especializadas en trastornos de la conducta alimentaria han registrado un crecimiento significativo de ingresos hospitalarios en niños y adolescentes en los últimos años.
Señales de alarma
El documento detalla una serie de “banderas rojas” que los pediatras y familias deben vigilar: pérdida rápida de peso, conductas de purga (vómitos, abuso de laxantes o diuréticos), ejercicio físico compulsivo, aislamiento social, alteraciones menstruales en chicas y síntomas como síncopes, mareos o bradicardia.
A ello se suma el componente psicológico: ansiedad, depresión, pensamientos obsesivos sobre la imagen corporal y, en muchos casos, ideación suicida.
Los especialistas advierten que estos indicadores requieren intervención inmediata, pues retrasar la atención médica puede poner en riesgo la vida del paciente.
El papel del pediatra
El informe destaca el papel central de los pediatras en la detección temprana. Son ellos quienes pueden identificar los primeros síntomas durante controles rutinarios y quienes deben activar las alarmas para derivar al menor a unidades de salud mental y nutrición.
El documento subraya que la respuesta temprana al tratamiento es uno de los predictores más sólidos de recuperación a largo plazo.
De ahí la importancia de la intervención precoz y de un enfoque integral que combine rehabilitación nutricional, apoyo psicológico y tratamiento psiquiátrico.
El abordaje más eficaz, según los datos recogidos, es la terapia basada en la familia (FBT), que implica de forma activa a los padres en la recuperación del adolescente.
Una enfermedad que no entiende de apariencia
Una de las advertencias más reiteradas en el informe es que un peso normal no descarta un trastorno alimentario. Muchos pacientes pueden mantener cifras de índice de masa corporal dentro de la normalidad y, sin embargo, sufrir severa malnutrición interna por las conductas restrictivas o purgativas que sostienen en el tiempo.
Esta paradoja complica el diagnóstico y retrasa la atención, lo que aumenta el riesgo de complicaciones graves.
Una llamada a la acción
Los autores del trabajo concluyen con un mensaje claro: los trastornos de la conducta alimentaria requieren un abordaje urgente y multidisciplinar.
La anorexia, en particular, es la enfermedad psiquiátrica con mayor mortalidad en la infancia y adolescencia, con una combinación letal de fallos orgánicos y riesgo suicida.
“Los pediatras tienen la responsabilidad de prevenir, detectar y coordinar la atención de estos pacientes”, señalan los especialistas, que reclaman más recursos y formación específica en el sistema sanitario para dar respuesta a una realidad creciente y cada vez más compleja.

