Ancianos y niños desalojados por los incendios están sufriendo trastornos psicológicos severos
La oleada de fuegos en Galicia, Castilla y León y Extremadura provocan en los desplazados ansiedad, pensamientos obsesivos y recuerdos que generan miedo
Los incendios forestales que arrasan el noroeste de España y Cáceres desde comienzos de agosto han dejado tras de sí un reguero de destrucción: 375.000 hectáreas calcinadas, 33.750 personas evacuadas y cuatro fallecidos.
- El fuego que arrasa la memoria
- “Insomnio, miedo y desorientación”
- El duelo por el hogar perdido
- Niños y mayores, los más vulnerables
- El peso de la incertidumbre
- La ayuda psicológica en los albergues
- Consecuencias a medio y largo plazo
- La resiliencia comunitaria
- Un verano negro
Pero el fuego no solo arrasa montes, aldeas y viviendas. También deja una huella invisible en los ancianos y niños desalojados, que sufren trastornos psicológicos severos.
Ansiedad, insomnio, depresión y recuerdos traumáticos se han convertido en parte de la vida cotidiana de quienes se han visto forzados a huir con lo puesto y contemplan cómo sus hogares se reducen a cenizas.
El fuego que arrasa la memoria
El incendio que comenzó el pasado domingo en Zamora y se extendió a León ha sido descrito por los expertos como el mayor jamás registrado en España.
En apenas tres días devastó más de 40.000 hectáreas, según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS). A ello se suman los grandes fuegos en Ourense, donde se han calcinado 122.000 hectáreas. En Galicia, un total de 125.000 hectáreas han sido arrasadas por las llamas.
La magnitud de la catástrofe convierte a 2025 en el peor año en tres décadas en materia de incendios forestales. Pero más allá de las cifras, las llamas han forzado a miles de personas a abandonar sus casas.
Familias enteras duermen ahora en polideportivos, colegios y albergues, habilitados como refugios de urgencia por Cruz Roja, Protección Civil y la UME.
“Insomnio, miedo y desorientación”
“Lo primero que aparece es un estrés agudo, con insomnio, miedo a lo que está pasando, agotamiento y una gran incertidumbre sobre cuánto va a durar la emergencia”, explica a Confidencial Digital Alhena Pérez, técnica del Área de Salud de Cruz Roja.
En el caso de los ancianos, asegura, la situación se complica por la combinación del deterioro cognitivo, la desorientación y el cambio brusco de entorno.
“Están acostumbrados a su casa, a sus rutinas, y de repente se ven realojados en un pabellón, sin saber qué va a ocurrir con sus pertenencias o con sus recuerdos. Eso genera miedo y, en algunos casos, un profundo sentimiento de pérdida”, señala Pérez.
Los niños, añade, presentan una respuesta más variada: algunos normalizan antes la situación, pero otros manifiestan pesadillas, llanto recurrente o temor a separarse de sus padres.
La clave, insiste, está en que cuenten con apoyo familiar y con un entorno comunitario sólido, como ocurre en muchos pueblos rurales.
El duelo por el hogar perdido
El psicólogo de emergencias Fernando Muñoz Prieto, profesor del CES Cardenal Cisneros, explica a Confidencial Digital que la evacuación no es solo una cuestión logística: “Perder una casa es mucho más que perder un techo: es perder un hogar”.
Ese desgarro emocional se traduce en un proceso de duelo, que comienza con el shock inicial y evoluciona hacia una fase de conciencia, aislamiento y, en el mejor de los casos, readaptación. Pero no siempre ocurre así.
“Cuando la persona no logra gestionar lo que ha vivido, el duelo puede cronificarse y derivar en cuadros de ansiedad, depresión o estrés postraumático”, advierte Muñoz.
Niños y mayores, los más vulnerables
Los especialistas coinciden en que los colectivos más frágiles son los ancianos y los menores. En el caso de los mayores, la exposición al humo puede agravar enfermedades respiratorias y neurológicas, mientras que el desarraigo aumenta el riesgo de síntomas depresivos y ansiosos.
En los niños, el impacto depende de la edad y de su madurez emocional. “La clave es dar seguridad. Cuanta más tranquilidad y certezas tengan, menor será el efecto psicológico del incendio en sus vidas”, explica Muñoz.
Algunos presentan reacciones adaptativas temporales, pero si la evacuación se prolonga o pierden definitivamente su casa, los efectos pueden ir desde el miedo persistente hasta trastornos obsesivos.
El peso de la incertidumbre
Los datos oficiales reflejan que en León más de 2.000 personas de 31 localidades siguen sin poder regresar a sus hogares. Cada día en el albergue incrementa la sensación de desarraigo.
“El no saber qué va a pasar es devastador. Muchas veces la reacción no es solo miedo, sino también ira, porque no entienden por qué les ha tocado a ellos y se rebelan contra la injusticia de lo ocurrido”, señala Pérez.
Esa ira, puntualiza, no debe interpretarse como algo negativo: “Es una forma de defensa ante una situación traumática. Lo importante es ofrecer un espacio de escucha donde puedan expresar su enfado o su tristeza sin sentirse juzgados”.
La ayuda psicológica en los albergues
En los centros habilitados para evacuados, Cruz Roja despliega psicólogos y voluntarios formados en apoyo psicosocial. “Primero cubrimos las necesidades básicas: comida, agua, un lugar donde dormir. Después ofrecemos espacios de desahogo emocional, donde puedan hablar de lo que sienten”, explica Pérez.
Una parte esencial del trabajo es informar a los afectados de que lo que experimentan —falta de apetito, insomnio, irritabilidad— son reacciones normales ante una situación anómala. “Adelantarles estas posibles reacciones ayuda a que no sientan que están perdiendo el control”, añade.
Consecuencias a medio y largo plazo
El temor de los expertos es que la actual oleada de incendios deje un poso psicológico duradero. “Los cuadros más frecuentes a medio y largo plazo son de tipo ansioso, depresivo, obsesivo y traumático”, asegura Muñoz.
De ahí que insista en la necesidad de desarrollar programas psicológicos específicos que acompañen a la población más allá de la emergencia inmediata. “No basta con apagar el fuego. Hay que atender también las heridas emocionales que deja”, subraya.
La resiliencia comunitaria
Uno de los factores de protección más importantes, destacan los especialistas, son los lazos comunitarios. En los pueblos afectados, la solidaridad entre vecinos y la organización colectiva han resultado claves para sobrellevar la catástrofe.
“Ese apoyo mutuo fortalece la resiliencia. Saber que no estás solo, que tienes con quién hablar y compartir, ayuda a sobreponerse”, dice Pérez.
En algunos refugios se organizan actividades colectivas, desde meriendas hasta pequeños juegos infantiles, que contribuyen a devolver una sensación de normalidad.
Un verano negro
Desde que comenzó agosto, España vive una de las peores crisis de incendios de su historia reciente.
Las cifras superan ya las del verano pasado y multiplican por cinco las de 2023. El fuego ha segado la vida de cuatro personas —dos voluntarios, un bombero y un vecino de Tres Cantos— y ha obligado a decenas de miles a huir.
Los expertos advierten de que, aunque la atención se centre en la superficie calcinada o en el número de evacuados, hay un daño menos visible pero igual de profundo: el que deja en la salud mental de los afectados.

